EL NO NACIDO NO ES EUROPEO
di Natalia Ochoa Ruíz
La Unión Europea es fruto de un proceso de integración que comenzó después de la II Guerra Mundial. Ante las atrocidades cometidas en esta terrible contienda, los padres fundadores quisieron poner los cimientos para una paz duradera, basada en la solidaridad entre los pueblos. En la actualidad, la UE se ha convertido en una maquinaria pesada e incomprensible que produce anualmente toneladas de páginas de legislación sobre las cuestiones más inverosímiles.
Uno de los temas a los que los burócratas de Bruselas están prestando una particular atención es el medio ambiente y su inseparable compañero, el cambio climático. La búsqueda de ambos conceptos en la página web de la legislación de la UE (EUR-Lex) arroja una extensa lista de temas regulados, que comprenden el Pacto Verde Europeo, el aire, los productos químicos, la naturaleza y la biodiversidad, el suelo y los bosques, la industria y la contaminación, entre otras cuestiones, todo ello acompañado de la creación de agencias y organismos medioambientales, controles y evaluaciones del medio ambiente y la tipificación de numerosos delitos.
El furor legislativo es incesante. En mayo de este año entró en vigor una nueva Directiva sobre delitos medioambientales, que endurece las penas en una amplia gama de delitos, incluyendo la contaminación del agua y del aire, la gestión incorrecta de residuos peligrosos y la explotación ilegal de recursos naturales. Poco después, en pleno mes de agosto, entró en vigor el Reglamento sobre la restauración de la naturaleza, que obliga a los Estados miembros a adoptar medidas para recuperar ecosistemas, mitigar el cambio climático y mejorar la seguridad alimentaria.
Entiéndasenos: estamos de acuerdo con la protección de la naturaleza, nuestra casa común, que comprende los bienes que hemos recibido de nuestros padres y que debemos legar a nuestros hijos. Pero este deber no se compadece con la cantidad de normas existentes y las obligaciones tan gravosas que imponen a ciudadanos y empresas.
Hay otra cuestión que llama poderosamente la atención: en este cúmulo de legislación europea no existe ni una sola norma que garantice el derecho a la vida de los seres humanos más vulnerables, los que se encuentran en el seno materno. Sin embargo, sí se protege a las especies no humanas que se encuentran en peligro de extinción. Así, la Directiva sobre hábitats protege 911 especies de interés europeo, de las cuales 587 son de flora y 324 de fauna. La Directiva sobre la conservación de las aves silvestres contiene una lista de aves protegidas y prohíbe destruir o dañar sus nidos y sus huevos.
Podría argumentarse que en la UE se reconoce el derecho a la vida. En efecto, la Carta de Derechos Fundamentales proclama, en su artículo 2, que “toda persona tiene derecho a la vida”. Sin embargo, la referencia a “toda persona” excluye al no nacido. En este punto, la UE ha acogido la jurisprudencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, según la cual el nasciturus no es persona y, por lo tanto, no es titular de los derechos reconocidos en el Convenio Europeo para la protección de los derechos humanos y las libertades fundamentales. Esta doctrina deja en una situación de desamparo al no nacido, que depende enteramente de la protección que quieran proporcionarle los ordenamientos jurídicos nacionales.
Como algunos países – cada vez menos – aún protegen al nasciturus, en julio de 2022, y sobre la base del Informe Matic, 324 eurodiputados solicitaron la modificación de la Carta de Derechos Fundamentales para prever expresamente el derecho a un aborto legal y seguro. Este derecho no está reconocido en ningún instrumento internacional, a pesar de que en el seno de los principales organismos internacionales existe una fuerte presión para lograrlo.
En la UE se ha ido extendiendo una visión proclive al aborto y a los llamados derechos sexuales y reproductivos, que además se promueven en todo el mundo. Así, la política de acuerdos comerciales y ayuda al desarrollo a países en vías de desarrollo se basa en la “condicionalidad de los derechos humanos”, que incluyen los derechos antes citados. Varias iniciativas en curso desprotegen aún más al nasciturus. Así, la propuesta de reglamento de sustancias de origen humano (SoHO) prevé la libre circulación de embriones humanos por el territorio europeo, como si se tratase de una mercancía más.
Se produce así la paradoja de que una cantidad ingente de normas protegen el medioambiente y a los animales, en muchos casos perjudicando los intereses humanos, pero ninguna norma protege al no nacido. Pisar el huevo de un águila real o de un lagarto es un delito, pero abortar un ser humano podría llegar a ser un derecho.
Ante la creciente desafección de los ciudadanos del proyecto europeo, se hace urgente replantearse las razones de la existencia de la UE y recuperar los fundamentos del proyecto de los padres fundadores. Europa debe volver a sus raíces.